martes, 15 de octubre de 2013

DOS VICTIMAS

No éramos una pareja normal; ella no quería tomarme de la mano, así que tenía que sujetarla firmemente por los hombros. Tampoco quería decirme su nombre ni a que piso debíamos subir en el ascensor una vez dentro de su portal, así que decidí por ella y elegí el tercer piso.

Al cerrarse las puertas y comenzar a elevarnos empezó a lloriquear. Primer piso y los gemidos se transformaron en gritos desgarradores que conseguían ponerme nervioso. Segundo piso y sucedió un forcejeo que precipitó una gota de sudor por mi sien. Odiaba esa reacción en las chicas, detestaba las miradas de pánico y esa debilidad…., así que puse mi mano en su boca para detener sus gritos. Tercer piso y al fin se había relajado.

Cuando el ascensor abrió de nuevo sus puertas comencé a caminar, pero ella no avanzaba. Al retirar mi mano de su boca, se me escurrió entre los brazos cayendo de bruces y con gran estruendo contra el suelo de mármol del descansillo. Mi mano había asfixiado sus gritos y también su vida. El verde de sus ojos se ancló a mi mirada y me embelesé observando cómo el ascensor, una vez tras otra, le golpeaba la cintura intentando cerrar sus puertas sin conseguirlo.

El sonido de unas llaves en el piso de arriba cortó el hilo que me unía a sus pupilas y, sabiendo que hoy tampoco conseguiría conocer el amor, bajé los escalones de dos en dos hasta salir de su portal dejando, en la huida, un rastro de violetas muertas en el jardín.

 

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