miércoles, 11 de septiembre de 2013

CINCO DE GANGSTERS, EL FIN DE UNA SAGA

 La falta de orden en mis días me procuraba unas noches con sueños intermitentes de los que salía antes que el sol empezase a desteñir la noche. Más aún cuando todavía corría por mis venas una dosis extra de adrenalina tras la captura del gran capo aquella noche.

Así que, con la mayoría de los músculos entumecidos y niebla en la cabeza, recorrí vacilante la manzana que me separaba de mi despacho donde mantenía retenido a mi reo esa noche hasta su interrogatorio por la mañana. Un café para llevar del garito de la esquina me hizo recuperar algo de movilidad de mi mano derecha, atenazada por el frío, lo cual me permitió encajar la llave en la maltrecha cerradura con cierta soltura.

Un olor a café y muerte me asaltó nada más abrir la puerta. Un olor que se adhirió a mí tan rápido y tan certero como dardos a una diana.

A mi prisionero le habían silenciado dos balas y a mí los ceros de una transferencia que se hacía efectiva al tiempo que se incrustaban los artefactos en sus sienes.

El charco sangriento donde yacía inerte aquel desgraciado alcanzaba a una escueta nota que el asesino había tenido el detalle de dedicarme. En ella me informaba de la liquidación del caso y me hacía la invitación de poner tierra de por medio con la garantía de mantener mi pellejo intacto y mis manos limpias si yo, a cambio, sellaba mis labios y me despojaba de un fragmento de mi memoria.

En el fondo de una caja de cartón tiré la misiva arrugada y la sepulté con los documentos que rompían el orden de mi mesa de escritorio. En esos casos es mejor creer que averiguar, así que deshice mi camino, caja en mano, mientras ponía en orden mi cabeza sin a penas conseguirlo.

Antes de dos horas un taxi me conducía a la estación donde tomaría cualquier expreso que saliera esa misma mañana hacia cualquier lugar, pero el rojo del carmín impreso en la boquilla de un cigarrillo abandonado en el cenicero de la parte de atrás del vehículo revolvió un recodo de mi memoria y, con una punzada en el estómago, la mirada en blanco y negro de la rubia platino de la foto se clavó en mi cabeza y me hizo dar un giro inesperado a mi vida y al taxi, que cambió de rumbo bajo mis nuevas indicaciones.

Volví al escenario de la noche anterior donde un inapreciable desorden delataba lo acontecido horas antes. El chófer dio varias vueltas a la manzana. No sabía muy bien qué le diría si la encontrase pero algo me retenía allí buscándola. Empezaban a asaltarme las primeras dudas cuando la vi aparecer al otro lado de la calle. Bajé del vehículo y me aproximé presuroso a su lado. Al verme quedó inmóvil, aterida de temor y sin entender lo que estaba ocurriendo. Su aspecto desaliñado y las marcas púrpura que asomaban a su rostro despertaron en mí oleadas de ternura que me lanzaron a proponerle una vía de escape a mi lado, un cambio de vida y de ciudad, lejos de los tentáculos de los que asfixiaban su existencia.

Así fue que ocupó el asiento de al lado en aquel expreso y mi vida hasta el final de un nuevo trayecto en el que jugarse el pellejo había quedado sin billete en alguna estación perdida.

Al día siguiente los diarios hablaban de ajuste de cuentas en el seno de la organización más sanguinaria de la ciudad, de la muerte por asesinato de Joe Peruccio “el cachorro” a manos, presuntamente, de su acólito y mano derecha, hasta ayer mi cliente. De las excentricidades y devaneos glamorosos que últimamente había mermado la magnificencia del muerto como principal motivo de la "limpieza" interna y reestructuración de la banda que se había llevado a cabo la noche de autos. También hacía referencia a la falta de escrúpulos de los integrantes del grupo organizado, dado que los gorilas que le acompañaban habían cambiado de bando y de chaqueta por una mera cuestión de ceros.

Cerré el diario con el sinsabor de saberme utilizado como simple peón en la operación que había facilitado el jaque mate del pez gordo que acabó nadando en una balsa de sangre.

De mi futuro, que ahora se movía al ritmo del swing de una rubia, todo estaba por escribir, así que me dejé llevar por traqueteo soporífero del vagón que me arrancaría para siempre de aquellas calles húmedas y mugrientas, y empecé lentamente a olvidar.




El estruendo de aplausos chocaba y retumbaba contra las paredes del teatro, nos hacía vibrar. El telón bajaba y volvía a subir para recibir aquel sonido maravilloso. El esfuerzo, los nervios, los errores, los meses de ensayo se diluían ahora entre los "bravos" que se abrían paso hacia las tablas. Decenas de rosas dibujaban elipses que morían a nuestros pies. Arriba de aquella nube saludábamos al respetable que se entregaba entusiasmado. Poco a poco empezaban a ponerse en pie y los aplausos no cesaban. Habíamos conquistado la gloria, tocábamos el cielo con nuestras manos. El orgullo me henchía el pecho y se aferraba a mi garganta. No sé en qué momento las lágrimas habían comenzado a liberar la presión de mi cuerpo. Sólo lo supe cuando noté el roce de su mano en mi mejilla. Después, una noche que le quedó pequeña a la celebración de nuestro gran éxito en el estreno.


3 comentarios:

  1. De repente, un destello me ha cegado. Me ha recordado que aún no había leído el último capítulo de la serie, de cuya existencia me enteré en plena vorágine de setiembre. Este capítulo que nació cuando el tiempo me arrastraba veloz entre un escenario de teatro y otro de zarzuela, un mes en que perdí el control del tiempo. He vuelto inmediatamente para acudir a tu cita y he descubierto que no importa esperar, has vuelto a hilvanar otro estupendo relato breve. Otra vez un descubrimiento. Otra vez quedarme pegado a las letras que me han llevado en taxi a un mundo de fantasía muy real. Otra vez un placer. Gracias.

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  2. Otra vez aquí, el placer es mío. Gracias por volver después de escaparte ileso d entre las arenas del reloj del tiempo.

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