Ni yo era un detective al uso ni mi cliente un pelagatos que
se conformase con una simple pesquisa, así que tocaba poner la toda chicha en
el asador y ser más listo que aquel mequetrefe al que pisaba los talones. El
dónde y el cuándo tan sólo era una variable de la ecuación espacio y tiempo a
la que yo, perro viejo, estaba muy acostumbrado a formular. Mis contactos
habían dado los frutos esperados y todos los indicios indicaban que estaba en
el lugar adecuado en el momento exacto, así que apuré el gin tonic de un trago
y aspiré una última calada de aquel chicote que estrellé contra el suelo para
rematar con la punta de mi zapato. Abandoné aquel antro subiéndome los cuellos
de la gabardina y calándome con saña el sombrero. Hoy, la noche era para los
perros.
Aguardé desde una esquina a que la suerte sacase de aquel
tugurio al hijo de mala madre que habría de echarme a la cara y, al verle
aparecer con la rubia platino colgada del brazo, hube de templar el instinto
que me empujaba a echarle el guante primero y pensar después. Ordenados pues
los factores, analicé la situación calibrando hasta la respiración que se
desbocaba. Ese canalla flirteaba con la rubia como un veinteañero avalado de
sexapil cuando en realidad le respaldaba una visa oro de oscuro origen que
había sacado a pasear antes que a la rubia.
Como si el tiempo se hubiese detenido, caí sobre él con la
rapidez de un felino y, en menos que canta un gallo, mi Colt 38 le apuntaba su
apestosa sien a la que habría rematado al instante de no ser porque la
operación exigía un exhaustivo interrogatorio sin escatimar en las habilidades
de mi compañero Harry Drake, el Panzer, experto en extraer información a
cualquier sabandija que se le pusiera a tiro.
A un golpe de claqueta y al grito de “Corten!!!” se encendieron
las luces y se escuchaban, al fondo del patio de butacas, los aplausos de
nuestro director. Concluíamos con ésta representación nuestro último ensayo
general antes del estreno y esos aplausos sonaron a música celestial en
nuestros oídos. Pero las emociones aún no habían acabado; desde la tramoya
desplegamos un gran cartel donde se podía leer “Feliz Cumpleaños, Director” y
ahora los aplausos se dieron la vuelta y nacían del seno del escenario, donde
todos los compañeros nos encontrábamos, y desde donde volaban por todo el
teatro produciendo un eco inusitado. El descorche del cava y la lluvia de
espuma fue el inicio de una gran noche, primera de una infinita serie en la que
celebrar nuestros éxitos. ¡Felicidades, Director!!!!
Otra vez la misma historia. Fin del ensayo, los actores contentos, el director encantado, todo va bien. Salvo para mí, el ayudante del director. Yo no lo habría dirigido así, pero yo no mando. Mi trabajo consiste en decir que sí al director, comerme los marrones de los actores, recordarles los movimientos que el director ha marcado... Pero a partir de hoy estoy de vacaciones. Ahora les toca trabajar a ellos, mi trabajo acaba cuando acaban los ensayos. Mucha mierda, compañeros. Y que os aproveche el cava...
ResponderEliminar-Tu y yo sabemos que el mamarracho del director no es nadie sin nosotros- te dije en la penumbra del escenario vacío mientras con poco éxito y fregona en mano, intentaba borrar las huellas de aquella inesperada fiesta.
ResponderEliminarYo acababa en media hora y ambos necesitábamos un buen bourbon que nos rescatase de aquella sensación de alivio y fracaso que precedían cuando ya todo estaba acabado.
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ResponderEliminar- ¡Por fin alguien que me aprecia! - exclamé con una sonrisa de oreja a oreja. Ya era hora de que alguien valorase mi trabajo y lo premiase como se merecía. Un bourbon en compañía de la dama de las tablas relucientes era mucho más de lo que me hubiera atrevido a soñar ni en mis sueños más hermosos.
Eliminar- Te esperaré tu media hora, o una entera, o dos, o las que sean. Lo vales.
Aquella escena sería nuestra.
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