sábado, 17 de agosto de 2013

TRES DE GANGSTERS

De poli duro a detective privado de dudosa reputación tan sólo caben un par de tachones en algún que otro expediente y un chivato de medio pelo dispuesto a vender su alma al diablo por colgarse una medalla poco meritoria. Que se pudran entre rejas los cabecillas de los clanes más sanguinarios de la ciudad tan sólo era gracias a mi ir y venir de un lado a otro del margen de la ley. Pero un chivo al que le mueven los hilos los de ahí arriba es mejor recompensado que un agente que utiliza métodos poco ortodoxos para quitar de enmedio la basura que apesta en los suburbios. Así que, de la noche a la mañana, metieron mis escasas pertenencias en una caja y me largaron de allí con más pena que gloria, un expediente arruinado y una compensación económica ruinosa.

Con aquella miserable suma abrí la puerta de un despacho en la cochambre de un semisótano bastante céntrico. Desde ese cuartel general que olía a mugre y humedad, fui quitando de la circulación a algún que otro maleante de poca monta. Mis escasos honorarios apenas me daban para mantener vivos mis vicios y muerto el gusanillo a base del menú del día del antro de la vuelta de la esquina. Pero poco a poco y gracias a los insuficientes escrúpulos e ingresos de un par de excompañeros, mi clientela iba en aumento.

El día que gané cien de los grandes mi chica se largó con un engominado de tres al cuarto, dejándome la nevera y el corazón vacíos y yo, para que no doliera el hueco de su ropa interior en mis cajones, dí con mis maltrechos huesos en el templo del vicio donde aposté y perdí todo lo que tenía a un número.

Regresaba a mi despacho rumiando mis miserias cuando vi a aquel tipo esperando apoyado bajo el cartel medio caído que llevaba mi nombre y que anunciaba tristemente mi actividad. Al verme se incorporó, exhaló el humo de una última calada y me alargó su mano al tiempo que escupía su nombre.

Aquel tipo me aventajaba en estatura, en años y en preocupaciones. Con un breve movimiento de cabeza le indiqué que entrase. Después de acomodarnos con la mesa entre ambos, desplegó una serie de fotografías sobre mi escritorio y brevemente me expuso el caso. Mi olfato ya me había convencido de que el caso era un gran caso y, para disipar toda duda, la mirada en blanco y negro de una rubia desde una de las fotos acabó de convencerme. Volvía a sonreír de nuevo. Aquel cliente me servía en bandeja el pellejo de uno de los rufianes más buscados de los últimos tiempos, un pez gordo que catapultaría mi carrera. Un apretón de manos selló un pacto entre caballeros.

-Magnífico, muchachos! La escena ha salido a pedir de boca-, nos felicitó el director desde abajo de las tablas. -Quiero que bajéis a echar un vistazo al cartel de la obra, me lo acaban de traer. Es un trabajo estupendo-.

Ciertamente el cartel que empapelaria las calles publicitando nuestra obra a punto de estrenarse era magistral. El diseñador gráfico había plasmado perfectamente el espíritu del guión. Estaba todo listo para el inminente estreno... Quizá aquel foco que no había terminado de convencerme debía ser retocado. Pero eso sería mañana que por hoy ya había sido suficiente.


4 comentarios:

  1. Mágnífica metáfora: "para que no doliera el hueco de su ropa interior en mis cajones, dí con mis maltrechos huesos en el templo del vicio

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    1. Pedro, amigo, se agradece tu comentario... Las ausencias y cómo rellenar los espacios vacíos para que no duelan....

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  2. Ya sabía yo que tenía que volver para ver más teatro. Soñar con que la frase "para mantener vivos mis vicios y muerto el gusanillo a base del menú del día" se me hubiese ocurrido a mí y sentir ese instante de placer al leer la metáfora del hueco de la ropa interior. Me gusta mucho ser espectador de este teatro, sigue ensayando, directora.

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    1. VI que entrabas a mitad del primer acto, VI que te acomodabas en una butaca solitaria de la última fila, VI que disfrutabas de la obra y el brillo que emanaba de tus ojos me iluminó toda la noche. Ya no hubo dolor por el hueco vacío que te estaba esperando. Gracias, amigo.

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